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Biografía

Francisco Pinto Berraquero nace el 6 de julio de 1924 en Jerez de la Frontera, siendo el mayor de los ocho hijos de Josefa y Lutgardo Pinto. En 1961  contrae matrimonio con Sebastiana Puerto Ortega.

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INICIOS

 

Buena parte de su infancia trascurre en el taller de talla y carpintería de su padre, un hombre de fuerte carácter y un tanto bohemio, rodeado de carpinteros y artesanos de los que aprenderá el oficio de la madera. Su vocación nació entre los bancos de trabajo de aquel taller, pero sobre todo en una obra en la que acompañó a su padre en 1936. Era la iglesia de la Reparadora de Jerez, un edificio de traza historicista, en cuyos andamios y cimbras labraban los ladrillos que formaban las decoraciones vegetales y figuras de arcos y pilastras, llegando finalmente a realizar la imaginería del retablo. Pronto comenzará a participar en los trabajos de este taller, realizando su primera obra a los quince años: unas figuras en relieve para las puertas de un armario del Castillo del Puerto de Santa María. El deseo por aprender más le llevó a la Escuela de Artes y Oficios de Jerez en 1939, donde tuvo como profesor a Juan Padilla, Nicolás Soro y Juan Luis Vasallo.

 

FORMACIÓN EN MADRID

 

Tras demostrar sus capacidades, su familia decidió costearle el traslado a Madrid, no sin pocos sacrificios y dificultades, ya que esto sucedía al inicio de los años cuarenta, en plena postguerra. Primero pasó por la Escuela Central de Artes y Oficios (1941-44) en la que aprendió los fundamentos del dibujo de la mano de José Capuz Mamano, y posteriormente por la Escuela de Bellas Artes de San Fernando (1947-50), donde recibió la formación clásica de la época, con una fuerte carga de realismo y rígidas normas académicas. Entre sus maestros estaban Enrique Pérez Comendador, Juan Adsuara, y el asturiano Manuel Álvarez Laviada. Cuando no estaba en la escuela trabajó en el taller de algunos escultores, entre los que se cuentan Juan Cristóbal, Víctor González o Juan de Ábalos, aunque sería en el taller del escultor conquense Marco Pérez, afincado en Madrid, en el que encuentre la mano tendida de un maestro y la amistad de sus condiscípulos, los hermanos Cruz Solís. Marco Pérez será su auténtico maestro, en el más hondo sentido del término, y del que conserve un más intenso recuerdo. Su estancia en Madrid se vio interrumpida durante dos años por el servicio militar, desplazándose  a Sevilla, asistiendo como podía a las clases en la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

 

VUELTA A JEREZ

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Estos años de camaradería e intenso aprendizaje concluirán en 1951, cuando finalizó con éxito su formación artística en Madrid, tras la vuelta de Sevilla, decidiendo retornar a su tierra natal para emprender su propia trayectoria profesional. Esta fue, sin duda, la decisión más difícil de su vida, pues muchos de sus condiscípulos apostaron por renovar el arte acudiendo a los centros más activos, a las ciudades de vanguardia. El apostó por su ciudad, alejada de los centros de debate, para desarrollar una línea propia, autónoma. A su vuelta comenzó trabajando en el taller de su padre, ahora como colaborador. Francisco Barroso García, amigo y compañero de aquellos años cuenta como Paco trabajaba con destreza la madera mientras compartía los conocimientos obtenidos en Madrid con los más jóvenes, en largas tertulias, contagiando su constante animosidad.

 

En 1955 recibió un primer encargo consistente en la realización de dos copias de un crucificado del convento de Capuchinos que se destinarían a dos parroquias. A esta seguirían otra obras de imaginería como la imagen de María Magdalena para la Hermandad de la Lanzada (1955), o la de María Santísima del Patrocinio (1959).

 

Junto a su compañero de estudios Manuel Romero y otros condiscípulos, realizó un viaje a Paris en 1956, recogiendo las últimas experiencias plásticas. Será en estos primeros momentos en los que decidió abrir su propio estudio, al que pronto acudieron algunos discípulos como Manuel Prieto, Martín Richarte o José Herrera, con los que compartió el oficio y conocimientos del Arte. A esta etapa pertenece también la imagen del crucificado conocido como Cristo del Perdón (1965-66), en el que demuestra un primer intento por renovar la imaginería, aun anclada en la tradición, eludiendo las formas dramáticas barrocas, recurriendo a una revalorización de las formas y a una expresión joven e intensa en el rostro y las manos. La imagen, que actualmente sigue procesionando, es un hito en la imaginería andaluza, tanto como un eslabón perdido que no ha sido engarzado posteriormente.

 

La amistad que profesó desde aquellas primeras reproducciones con el Prior del convento capuchino, Fray Jerónimo, le ofreció el primer encargo importante, y en el que el joven escultor pudo demostrar sus deseos de recorrer nuevos caminos. Se trata de un Via Crucis completo para un nuevo templo de la Republica Dominicana (1961), en madera de Fresno. Para esta obra recurrió a las formulaciones más contemporáneas conjugando bajos relieves y esculturas de bulto con superficies planas y abstractas que vibraban con la luz rasante que entraba por las ventanas laterales. Las texturas y las líneas seguras de las imágenes se distancian claramente del realismo naturalista en el que se formó. Desde este momento su indagación en las nuevas formas fue paralelo a su trabajo en la imaginería.

 

Trabajó en multitud de campos, como lo demuestra el encargo que aceptó junto a su hermano Lutgardo, tallista como su padre, y que consistió en varios pináculos y gárgolas del templo gótico de Santiago en Jerez de la Frontera (1963), como parte de los trabajos de restauración que allí se habían comenzado bajo la dirección del arquitecto Pons Sorolla. Nuevamente andamios y piedras en una obra, algo que anhelaba de los primeros años junto a su padre.

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EL TALLER CON MANUEL PRIETO

 

Entre los años 1965 y 1982 se asociará con uno de sus discípulos, Manuel Prieto, mientras los restantes emprendieron distintas trayectorias personales en Francia y Barcelona. Durante estos años ambos realizaron innumerables trabajos de reproducción de imágenes antiguas, alguna restauración, y trabajos  de imaginería, entre los que cabe destacar el Cristo de la Misericordia y la imagen de la Virgen de Belén (1971) para la catedral de Málaga. Realizaron también obras modernas, circunscritas siempre al ámbito de lo figurativo usando el cemento, y otros materiales contemporáneos. Periodo de intenso trabajo en el taller que alternaron con otras empresas comerciales, y que compatibilizaba con su dedicación a la docencia, como profesor en la Escuela de artes aplicadas y Oficios artísticos de Jerez, primero en la disciplina de modelado y vaciado (1965 a 1969) y después en la de Historia del Arte (1969-89), siendo subdirector de este centro entre 1977 y 1985.

 

ÉPOCA DE MADUREZ

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A partir de 1982, ya en solitario, emprenderá una nueva trayectoria a la que corresponden sus mayores logros en la escultura contemporánea. Comienzan también las exposiciones individuales donde ofrece los primeros logros de la trayectoria que venía fraguándose de manera personal años antes, adentrándose también en la pintura, sin abandonar nunca la imaginería. En este último campo realizará dos conjuntos procesionales completos para Córdoba: para la Hermandad de nuestro Padre en su coronación de Espinas (1983), y para Nuestro Padre Jesús de la Sangre (1989), además de otro conjunto procesional en Jerez para la Hermandad de la Exaltación (1984) este último policromado por Manuel Prieto. Si analizamos la  obra de esta etapa observaremos como todas estas facetas están recorridas por una constante investigación de la capacidad expresiva del cuerpo humano, que evolucionará hacia la abstracción en la escultura y pintura, mientras, en la imaginería se acentuaban las posibilidades de los figurativo. Búsqueda insaciable en la que se abordan muchos materiales: barro, madera, bronce, mármol y en escasas ocasiones los compuestos artificiales. Su relación con el material era muy directa, heredada de un fuerte aprendizaje en el oficio.

 

La escultura de desnudos femeninos será un motivo de exploración plástica muy frecuente en su obra, al igual que lo hicieran sus maestros y en general los escultores de la primera mitad del s.XX. El hombre y la dignificación del trabajo serán, sin embargo, los motivos singulares y recurrentes en su obra: El trabajo en las bodegas, en las tonelerías, en el trasiego del vino, realizado con el esfuerzo de los cuerpos, será su material de investigación sobre las formas, la luz y el espacio. En la luz misteriosa y contrastada de las naves de la bodegas encontrará su mirada inspiración, alimentando sus pinceles y gubias, expresándolos en barro, piedra y madera. Su arte se alimentó del expresionismo de sus maestros, escultores castellanos y levantinos, de los primera mitad del siglo XX, junto a otros referentes formales que conocerá por imágenes o por sus viajes: E. Barlach, O. Zadkine, Lipchitz, y el más antiguo pero nunca olvidado Rodin. Resultado de esta línea de investigación será el monumento al Arrumbador (1987-88), trabajador que se dedica al trasiego de vino en las bodegas y del que extrae, idealizado, su fuerza y vitalidad.

 

En 1987 será nombrado Académico de la Real Academia de San Dionisio, institución de carácter local, en la que impartirá algunas ponencias. También participó como miembro en la actividad habitual de la Comisión Local de Patrimonio de Jerez. Tras concluir su trayectoria docente en 1989, los años noventa serán los de una mayor producción artística, y donde sus búsquedas consiguen mayores avances personales. Sus cuadros se llenan de una intensa luz que ayuda a abstraer las formas, las esculturas endurecen sus formas y acentúan la expresividad de masas y materiales, recurriendo ahora a temas más universales; piedad,  lamento, discordia, etc. Esta última recibe uno de los premios de la XLIII Exposición de Otoño de Sevilla (1994). En estas obras el escultor se enfrenta a la vida diaria, a sus acontecimientos y los interpreta. Son los años 90 de intensos conflictos bélicos cuya interpretación darán como resultado sus obras más expresivas y desgarradoras, que se muestran en varias exposiciones.

 

Algo más tardío será el monumento conmemorativo a la traída de aguas a Jerez (1994), realizado tras ganar, al igual que el anterior, el primer premio de sendos concursos. Esta escultura está demolida en la actualidad. Otras obras monumentales son el Mayeto o trabajador de las huertas roteñas, o el Monumento a Bartolomé Pérez (1990) estas últimas en Rota, mientras en Sevilla dejará el monumento a San Juan de Dios (1994), donde se materializa en piedra de Sierra Elvira la investigación sobre lo universal realizada anteriormente en madera, piedra o mármol.

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ÚLTIMOS AÑOS

 

La trayectoria final de su profesión y su vida corrieron de la mano, pues nunca dejó el trabajo en su taller, pintando al óleo, a la acuarela, grabando, modelando o esculpiendo. Sus últimas obras anuncian un nuevo camino, adentrándose en una intensa abstracción donde el color y la luz dominan el lienzo, mientras en la escultura el espacio y el movimiento desocupan gradualmente la materia. Caminos emprendidos que han quedados interrumpidos no por su ánimo, sino por la fragilidad de su salud. Queda su obra, materia de su pensamiento y de una trayectoria profesional de nada menos que sesenta y cinco años de actividad sólo interrumpida por la enfermedad. 

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